El cadáver de Dios, es demasiado grande y, cuando lo arrojamos
de nuestro corazón en el mar tormentoso de la Duda, hace un oleaje tan estrepitoso,
que su eco asorda muchos años de nuestra Vida; y, todavía, de vez en cuando, el
Gran Náufrago, asoma en el horizonte su cabeza formidable, privada de
aureolas...
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