Estudiar a Bertrand Russell cuando se estudia lógica es como
estudiar el “Curso de Lingüística General” de Saussure en Lingüística I,
una muralla obligada contra la que casi todos los ilusionados e ilusos
estudiantes de primer año de letras se da de bruces. Sin embargo,
encontrarse leyendo a Bertrand Russell como cuentista es algo
completamente diferente, algo, por decir lo menos, singular. Me sucedió
hace un tiempo cuando rescaté de la biblioteca de mi casa materna un
viejísimo ejemplar de “Satán en los suburbios o aquí se fabrican
horrores” de Bertrand Russell, año de edición 1953.Me di a la tarea,
entonces de leer aquel texto con avidez. Como el buen alumno que se
encuentra con una lección incompleta a media noche. La verdad sea dicha,
leer a Russell nuevamente me agobiaba y agotaba con sólo pensarlo.
Volver al Sir que me había dado tanto padecimiento en su inglés de
Cambridge con su “Principia Matemática” y su “Misticismo y Lógica”
durante dos años completos. Pero, como ya dije, el buen alumno debe
tener disciplina férrea frente a la lección del maestro. Para mí, la
mayor parte del tiempo como estudiante esas imposiciones no eran más que
una forma de matar intelectualmente a mis maestros. El libro estaba
escrito en inglés secular y no en el usual pomposo inglés de Russell.
Eso me sorprendió gratamente. Luego de finalizado el primer cuento
sonreí y me dije a mi mismo: aquí te pillé, Bertrand. Lleno de gozo me
di a la tarea de desmenuzar el libro con esta columna en la cabeza y ya
podía saborear la forma en que me vengaría del viejo Russell (la ironía
siempre tiene más de un revés)Demostrando el axioma que dice que ningún
buen filósofo es un buen escritor –de ficciones, se entiende-.
“Satán
en los suburbios o aquí se fabrican horrores” es un libro de cuentos:
Satán en los suburbios o aquí se fabrican horrores, Las ordalías corsas
de la señorita X, El infrarrojoscopio, Los guardianes del Parnaso y El
beneficio de la Clerecía. El libro fue editado en 1953 cuando Russell,
como el mismo lo declara en el prólogo, ya contaba con ochenta años. La
empresa narrativa de Russell es básica a primera vista. Cuentos
entretenidos, a la manera en que los ingleses son entretenidos. Sin
mayores pretensiones aparentes. La forma narrativa de cada texto podría
clasificarse, según los tratados de narratología vigentes, como
“narración lineal de composición 3”. Es decir, en cristiano, una
historia contada en primera o tercera persona, ad ovo, con esquema de
narración aristotélico y desenlace sorprendente. Más cercano al esquema
estructural de una leyenda o una parábola que al esquema peregrino del
cuento fantástico, tan usado por estos lados, que popularizó Todorov. En
general, sus personajes son mecánicos y fríos, los diálogos carecen de
ritmo y pulso, la sugerencia entre sema, tema y rema queda relegada a
tercer o cuarto plano. Las historias, amoldadas según bloques
anecdóticos completamente discernibles, son como un edificio sin
estucar. Russell es un pésimo escritor de ficciones, como todos los que
alguna vez han pensado que leyendo a Hegel van a ser buenos narradores
(sobre este tópico pueden consultar “Pregúntale al polvo” de Fante).
Pero ahí no acaba el asunto. Me ha tocado leer legos que postulan el
matrimonio feliz entre Literatura y Filosofía. Uno de mis mejores
amigos, profesor de filosofía de la PUC, siempre responde a esta
afirmación diciendo que no es posible meter en la misma cama a un lobo y
a una oveja. Nunca me ha aclarado cuál es el lobo y cuál la oveja en su
analogía. Con este supuesto podría haber desechado con presteza el
libro de Russell y darme por vengado cuanto desde mi especificidad del
conocimiento su texto no estaba a la altura del mito. Pero he ahí donde
ataca la maestría del que sabe. Mientras la mayor parte de
filósofos-escritores-filósofos tratan de sorprender mediante despliegues
de manejo intelectual-conceptual-antropológico que no llegan a generar
más que un par de bostezos en la audiencia, Russell pone el ojo debajo
de esa aparente inocencia tópica, “Satán en los suburbios o aquí se
fabrican horrores” es un largo y extenso tratado sobre la culpa. Desde
el masoquismo de la culpa y la conciencia occidental del pecado y el
mal, hasta la propaganda, la publicidad y el fin del mundo. Russell va
descascarando, como buen padre de la lógica moderna, el problema de la
culpa. Aunque el formato y la técnica literaria parezcan dar a Russell
un aire de pollo en corral ajeno, puesto que no es lo mismo escribir
sobre análisis lógico de la falacia naturalista o las implicancias
ético-filosóficas de las relaciones prematrimoniales, que escribir
cuentos y tratar de sobrepasar la barrera de la obviedad con ellos.
Bertrand Russell crea en este texto un excelente ejercicio parabólico y a
la vez corrobora que filosofía y literatura corren por aguas distintas.
Principalmente porque, ontológica y epistemológicamente, narradores y
filósofos se miran con el mismo recelo que dos asesinos con perversiones
muy símiles pero con métodos de exterminio completamente distintos e
inconfesables.
|
sábado, 18 de febrero de 2017
Satán en los suburbios - Bertrand Russell
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario