sábado, 18 de febrero de 2017

Satán en los suburbios - Bertrand Russell

Estudiar a Bertrand Russell cuando se estudia lógica es como estudiar el “Curso de Lingüística General” de Saussure en Lingüística I, una muralla obligada contra la que casi todos los ilusionados e ilusos estudiantes de primer año de letras se da de bruces. Sin embargo, encontrarse leyendo a Bertrand Russell como cuentista es algo completamente diferente, algo, por decir lo menos, singular. Me sucedió hace un tiempo cuando rescaté de la biblioteca de mi casa materna un viejísimo ejemplar de “Satán en los suburbios o aquí se fabrican horrores” de Bertrand Russell, año de edición 1953.Me di a la tarea, entonces de leer aquel texto con avidez. Como el buen alumno que se encuentra con una lección incompleta a media noche. La verdad sea dicha, leer a Russell nuevamente me agobiaba y agotaba con sólo pensarlo. Volver al Sir que me había dado tanto padecimiento en su inglés de Cambridge con su “Principia Matemática” y su “Misticismo y Lógica” durante dos años completos. Pero, como ya dije, el buen alumno debe tener disciplina férrea frente a la lección del maestro. Para mí, la mayor parte del tiempo como estudiante esas imposiciones no eran más que una forma de matar intelectualmente a mis maestros. El libro estaba escrito en inglés secular y no en el usual pomposo inglés de Russell. Eso me sorprendió gratamente. Luego de finalizado el primer cuento sonreí y me dije a mi mismo: aquí te pillé, Bertrand. Lleno de gozo me di a la tarea de desmenuzar el libro con esta columna en la cabeza y ya podía saborear la forma en que me vengaría del viejo Russell (la ironía siempre tiene más de un revés)Demostrando el axioma que dice que ningún buen filósofo es un buen escritor –de ficciones, se entiende-.
“Satán en los suburbios o aquí se fabrican horrores” es un libro de cuentos: Satán en los suburbios o aquí se fabrican horrores, Las ordalías corsas de la señorita X, El infrarrojoscopio, Los guardianes del Parnaso y El beneficio de la Clerecía. El libro fue editado en 1953 cuando Russell, como el mismo lo declara en el prólogo, ya contaba con ochenta años. La empresa narrativa de Russell es básica a primera vista. Cuentos entretenidos, a la manera en que los ingleses son entretenidos. Sin mayores pretensiones aparentes. La forma narrativa de cada texto podría clasificarse, según los tratados de narratología vigentes, como “narración lineal de composición 3”. Es decir, en cristiano, una historia contada en primera o tercera persona, ad ovo, con esquema de narración aristotélico y desenlace sorprendente. Más cercano al esquema estructural de una leyenda o una parábola que al esquema peregrino del cuento fantástico, tan usado por estos lados, que popularizó Todorov. En general, sus personajes son mecánicos y fríos, los diálogos carecen de ritmo y pulso, la sugerencia entre sema, tema y rema queda relegada a tercer o cuarto plano. Las historias, amoldadas según bloques anecdóticos completamente discernibles, son como un edificio sin estucar. Russell es un pésimo escritor de ficciones, como todos los que alguna vez han pensado que leyendo a Hegel van a ser buenos narradores (sobre este tópico pueden consultar “Pregúntale al polvo” de Fante). Pero ahí no acaba el asunto. Me ha tocado leer legos que postulan el matrimonio feliz entre Literatura y Filosofía. Uno de mis mejores amigos, profesor de filosofía de la PUC, siempre responde a esta afirmación diciendo que no es posible meter en la misma cama a un lobo y a una oveja. Nunca me ha aclarado cuál es el lobo y cuál la oveja en su analogía. Con este supuesto podría haber desechado con presteza el libro de Russell y darme por vengado cuanto desde mi especificidad del conocimiento su texto no estaba a la altura del mito. Pero he ahí donde ataca la maestría del que sabe. Mientras la mayor parte de filósofos-escritores-filósofos tratan de sorprender mediante despliegues de manejo intelectual-conceptual-antropológico que no llegan a generar más que un par de bostezos en la audiencia, Russell pone el ojo debajo de esa aparente inocencia tópica, “Satán en los suburbios o aquí se fabrican horrores” es un largo y extenso tratado sobre la culpa. Desde el masoquismo de la culpa y la conciencia occidental del pecado y el mal, hasta la propaganda, la publicidad y el fin del mundo. Russell va descascarando, como buen padre de la lógica moderna, el problema de la culpa. Aunque el formato y la técnica literaria parezcan dar a Russell un aire de pollo en corral ajeno, puesto que no es lo mismo escribir sobre análisis lógico de la falacia naturalista o las implicancias ético-filosóficas de las relaciones prematrimoniales, que escribir cuentos y tratar de sobrepasar la barrera de la obviedad con ellos. Bertrand Russell crea en este texto un excelente ejercicio parabólico y a la vez corrobora que filosofía y literatura corren por aguas distintas. Principalmente porque, ontológica y epistemológicamente, narradores y filósofos se miran con el mismo recelo que dos asesinos con perversiones muy símiles pero con métodos de exterminio completamente distintos e inconfesables.

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